JUEVES 6
Los ecos de la ovación por mi llegada a Malvinas, se
apagaron hace rato.
Desde la redacción ya sólo recibo órdenes, presiones y reprimendas. Lejos del frente, asfixiados por la censura naval, el trabajo se hace imposible, cuando no absurdo.
Desde la redacción ya sólo recibo órdenes, presiones y reprimendas. Lejos del frente, asfixiados por la censura naval, el trabajo se hace imposible, cuando no absurdo.
Nuestros únicos teléfonos son los del hotel, y están
pinchados. Los télex ya no funcionan. Así que lo más rápido que tenemos para
despachar nuestras notas, es el correo naval, para lo cual debemos entregarlas
en el Batallón, en manos de aquel capitán cuyo nombre no puedo recordar, el que
anda siempre de civil y siempre donde estamos nosotros, por la noche en los
burdeles, y por la mañana, por las dudas, en misa.
Él es nuestro jefe de redacción ahora. Él se ocupa de
revisar nuestras notas y de tacharlo todo. Nos reprende por cada frase, y nos
amenaza con deportarnos, con expulsarnos de la Isla cuando se le dé la gana.
Cualquier cosa que escribimos resulta “información militar de utilidad para el
enemigo”. Mis jefes me preguntan por qué no pongo más empeño.
Como cazadores ya desarmados, aun sabiendo que no podremos
transmitirla, seguimos buscando información, rascándola como podemos de donde
podemos.
Apuntamos algunas alertas amarillas, que al cabo Defensa
Civil anuncia que no fueron más que simulacros.
A veces nos acercamos a la costa, en Río Grande, por sus
alrededores, por aquí, por allí… miramos el mar con la esperanza de ver algo, una
fragata, un submarino… pero sólo vemos el mar como si no viésemos nada…
También aprendemos a contar los cazas que cada vez más
seguido rompen el cielo de Grande rumbo a las Islas. No podemos distinguir si
son Dagger, Mirage, Skyhawk o Super Etendard. Los contamos cuando salen y
cuando vuelven. Y notamos con los días que la cuenta no siempre cierra.
Foto de Marcelo Figueras: Hotel Ibarra, Río Grande.
VIERNES 7
La Base Aeronaval Hermes Quijada, por lo tanto, es crucial
para el apoyo logístico a las Islas.
Desde Grande, además, salen todas las misiones aeronavales,
los Super Etendard, por ejemplo, y algunas misiones aeronáuticas y conjuntas
también. Es acaso el punto más importante de todo el Frente Sur, incluyendo
Comodoro Rivadavia y Río Gallegos.
Pero también es el destino más lejano de Buenos Aires, por
eso son pocos los medios que se animan hasta allí. Ni La Semana de Perfil, ni
Clarín o La Nación, ninguno de los canales, ninguna radio… Nosotros, nada más,
Gente, Somos y Siete Días. Tres medios, dos empresas. Dos revistas de la
poderosa Atlántida, y una de la ya agónica Abril, que así, entre el dos-uno, y
la agonía, no alcanza a resultar una buena competencia. Ni siquiera eso nos
queda.
El día es breve pero se hace largo, la noche es larga y se
nos vuelve infinita.
La familia, los amigos, todos, todo lejos como en otra
dimensión.
Y la guerra ahí, cercana pero lejana, presente pero ausente,
aislada por el mar, inaccesible, invisible para nosotros.
Foto: Base Aeronaval de Río Grande. Pilotos de la 3ª Escuadrilla Aeronaval de Caza y Ataque artillando un A4Q. En una de las bombas puede leerse: "HMS Invincible".
Se dice, se dice, allí no falta quien hable. Sobre todo con
nosotros.
Todos quieren contarnos cosas, militares y civiles que
hablan como militares. Oficialmente no conseguimos confirmar nada, pero off the
record hablan hasta los caballos.
Aceitamos cuanto podemos nuestros contactos con los altos
mandos de la Armada en la Isla. Son nuestros regentes, y nuestros supremos. Y
además sólo ellos pueden llevarnos de vuelta a Malvinas.
Los despreciamos y les tememos, claro, falta para los años
de la verdad, pero sospechamos de todos. El contraalmirante Zaratiegui,
ex-asesor de Masera; el capitán Pita, y su leyenda de “hombre duro en la lucha
con la subversión”… falta para el tiempo de la verdad, pero podemos sentir el
olor del azufre en todos ellos. Tratamos de ser amables.
Y ellos también, hay que decirlo.
Una de esas tardes, en su comandancia policial de Ushuaia,
el capitán Griecco nos convida incluso un café, y con tono paternal, sonriente,
nos explica:
-- Traten de entender, muchachos… nosotros estamos en
guerra, ustedes no nos sirven para nada, al contrario, son un estorbo, un
problema… Ojalá se fueran todos.
Tenemos línea directa con el contralmirante Zaratiegui, que
por lo visto gusta operarnos personalmente. Pero tampoco se nos resisten a una
visita los capitanes Dabini y Pita, jefe uno de la Base y el otro del Batallón.
Ellos nos cuentan muchas cosas que nosotros nunca les creemos. Sólo asentimos
impresionados o compungidos según la ocasión.
Porque no olvidamos que fue tan luego Dabini el que nos metió en aquél avión rumbo a las Islas el 10 de abril.
Ese que se ríe sin abrir la boca, como resoplando.
El que una noche se nos aparece ahí, en el bar del hotel,
vestido de civil, y se sienta con nosotros y tomamos un whisky y en un momento
saca una pistola con cachas de nácar y la pone sobre el centro de la mesa
“porque en la cintura me molesta”, nos dice sonriendo, resoplando, y allí la
hace girar como una ruleta. Rusa.
Pero él es nuestra gran esperanza de volver a las Islas.
Somos amables, y se nos descose el alma.
Foto: Batallón de Infantería de Marina Nº5, Río Grande.
En las Islas mientras tanto siguen durante la noche los
bombardeos navales, y durante el día los combates aéreos. Helicópteros y
aviones caen de un lado y del otro. Hombres también.
Mi jefe me pide que le pida al almirante Zaratiegui, así
nomás, que nos marque en un mapa de Malvinas, -“un mapa Kapeluz”, acota-, las
posiciones de las defensas argentinas.
-- Así publicamos un gráfico, hm? –me explica.
Pese a mi juventud no me acaloro y le pregunto si el
almirante debe dedicarle el mapa al Foreign Office en general, o a Margaret
Thatcher en particular.
Y allí por primera vez me agarran unas ganas bárbaras de
mandar todo a la mierda y volverme a Buenos Aires.
Somos, la Isla, la guerra, el periodismo, todo.
Hablo de los francos acumulados, de tomarme unos días, subir
y bajar…
Mi jefe insiste con el gráfico.
Foto: Puerto Argentino, días de mayo.
LUNES 10
Rumores de comandos ingleses operando en la Isla. Dicen que
dicen que se vieron buques enemigos cerca de la costa, que las radios
interceptaron diálogos en inglés. Pero dicen que dicen. Intentamos confirmarlo. Nos tomará años.
Falta mucho para saber que ya desde el 7 de mayo está en
marcha la que un día será conocida como Operación Mikado.
La semana que viene un helicóptero Sea King aparecerá averiado al otro
lado de la frontera, en territorio chileno. Comandos ingleses del SAS andan por
ahí. El plan es atacar la Base Aeronaval de Río Grande, destruir todos sus
aviones, todos los Exocet, matar a todos sus pilotos, y retirarse hacia Chile,
donde simularían entregarse como si allí no supiesen nada. La operación será
por fin abortada el día 18.
Pero de todo eso, ahí, ahora, lo único que sabemos es que a
partir de la hora 2200 cualquiera por las calles será un blanco móvil.
Y que hoy no habrá burdeles.
Nada.
La noche infinita, y nada más.
Foto: Puerto Argentino, los bombardeos diarios.
MARTES 11
Por la mañana me autorizan a volver por unos días, hacia el
mediodía me dan la contraorden, por la tarde me autorizan otra vez, y por la
noche otra vez la contraorden.
Igual ya sabemos que los vuelos comerciales hacia y desde
Tierra del Fuego, fueron suspendidos “hasta nueva orden”.
No hay cómo salir, simplemente.
Estamos aislados en una isla.
Atrapados.
El continente inaccesible.
Como la guerra.
Noche de alerta roja en Río Grande.
Ya no es una amarilla, ni es un simulacro. No lo sabemos
pero sí.
Dicen que dicen que hoy soltaron patrullas por las
estancias, que se han visto más tropas por la ruta y los caminos, pero otra vez
no hay cómo confirmar nada.
Sólo eso: que hay alerta roja, y que no hay dónde
esconderse, que no podemos hacer nada, escapar, volar, nada.
Salimos a la calle y nos quedamos ahí, parados en la puerta
del hotel, mudos, quietos. Miramos el cielo de la noche helada. Esperamos los
Vulcan ingleses que acaso aparezcan ahora, ya, para bombardearnos, para
matarnos y chau...
Todo está escrito, pienso sin pensar.
Morir aquí, así, me digo...
No hay cómo esconderse, escapar, volar…
Si una bomba es para nosotros, cualquier lugar es el mismo
lugar.
Estamos atrapados, ahora sí.
Intentamos alguna humorada, pero no funciona.
Deberíamos rezar, o algo, pero no, nada, no decimos nada.
Lo miro a Mario, todavía lo veo, parado ahí… veo al
conserje, también, y a Marcelo Figueras, nuestro fotógrafo… me parece que hay
más gente pero ya no la veo. Miramos el cielo, la noche, no decimos nada, ni
rezamos. Esperamos.
Una ansiedad muy parecida al miedo.
El alerta por fin acaba.
No recuerdo cuánto duró… ¿Diez minutos? ¿Veinte? ¿Horas?...
De alguna manera, sigue todavía.
Foto: Helicóptero Sea King caído en Agua Fresca, Tierra del
Fuego, Chile. El reportero gráfico José Villaroel González consigue la foto cuando las autoridades chilenas intentan enterrar la aeronave con una excavadora. Publicada en La Prensa Austral de
Punta Arenas el 21 de abril de 1982.
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