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¡Atacaron Puerto Argentino!
El
conserje nos despierta con la noticia demasiado temprano, acabamos de
acostarnos, fue una noche larga que ahora sigue de largo.
Estoy
en Tierra del Fuego desde el 9 de abril y desde que volví de las Islas el 10
que no hago otra cosa más que fracasar en el intento por volver a las Islas.
Lo
demás es lo de menos. La rutina de los burdeles, los mejores whiskys del mundo,
las comidas incesantes, la espera que desespera, las presiones de la redacción,
las putas, los milicos, la censura naval, la noche polar, el frío, la guerra…
que ahora sí comenzó.
Bombardearon
Puerto Argentino.
Corremos
al BIM 5 que allí comanda el capitán de navío Miguel Pita, un tipo bajito,
amable sin exagerar, pero campechano y feroz. Lo envuelve una leyenda de hombre
duro desde los tiempos de la “lucha contra la subversión”. Participó de la Operación Rosario y se jacta con
nosotros de haberse quedado con la bandera de los Royal Marines.
Algún día él también será testigo por la defensa de Alfredo Astiz. Buenos muchachos.
El
conserje no sólo nos avisó del bombardeo, nos dijo además que “habíamos”
abatido un par de Sea Harrier.
Sin
embargo cuando llegamos al Batallón el bravo capitán Pita parece compungido,
preocupado, apesadumbrado, incluso. O Puerto Argentino había sido destruido por
completo, o las bajas fueron demasiadas, pensamos.
Pero
no, nada de eso. Por confirmar el derribo de los Sea Harrier, allí nomás lo
felicitamos como si los hubiera bajado él mismo, y entonces Pita hace aquél
comentario que Mario Markic y yo recordamos todavía:
-- Me
pregunto por el daño que le estamos haciendo a Occidente con todo esto.
Nosotros
nos preguntamos hasta dónde se puede pelear temiendo lastimar al enemigo.
Foto: Puerto Argentino, 1º de mayo.
Foto: Puerto Argentino, 1º de mayo.
Un día
igual a todos. Y no.
Nosotros
que buscamos información, y la única que conseguimos es la que baja por Radio
Nacional entretejida en los comunicados oficiales de la Junta.
Desde
Buenos Aires piden noticias, notas, fotos, fotos de combates, soldados en
acción, ¿cadáveres en una playa no habrá? Te pedían esas cosas.
Y
nosotros que no tenemos nada, que vamos y venimos como perdidos, como si no
entendiéramos todavía que la guerra ha comenzado, que buscamos un árbol en
medio de un bosque, porque ya todo, cualquier cosa, incluyendo el silencio,
será noticia.
Cuando
pase el tiempo, cuando todo termine, un día dentro de mucho sabremos que ya
desde antes de ayer, 30 de abril, el submarino nuclear Conqueror cumple órdenes
del alto mando británico y ya tiene en su mira al ARA General Belgrano. Años tardaremos en
saberlo.
Y
resulta imposible precisar ahora qué hacemos ni dónde estamos esa tarde a la
hora 16.02 cuando el primer torpedo impacta en el Belgrano
arrancándole la proa.
Ni qué
hacemos o dónde estamos a las 16.23, cuando el capitán Bonzo ordena abandonar
el buque.
O a las
16.50, cuando el crucero escora a babor y desaparece de la superficie.
323
hombres mueren en esos pocos minutos mientras nosotros, supongo, andamos por
ahí, buscando información, detalles del ataque de ayer, noticias viejas, o no,
o bebiendo algo con algún charlatán, o escribiendo alguna mentira, o al pedo
por las calles… imposible precisarlo hoy.
Pero
Tierra del Fuego es tierra de la Armada y en pocas horas un rumor de espanto ya
eriza las calles y se desangra hasta por los burdeles.
Foto: ARA General Belgrano a punto de hundirse.
Foto: ARA General Belgrano a punto de hundirse.
El
Belgrano fue hundido.
Tres
mil kilómetros al norte, en la redacción, la tragedia cobra ribetes de comedia.
Nos piden fotos, testimonios, entrevistas con los sobrevivientes… quieren que
alquilemos algún tipo de embarcación a ver si podemos cuando menos acercarnos
hasta la zona de… bah.
Sin
embargo la noticia del hundimiento baja desde Buenos Aires, estalla en la BBC,
pero llega y se diluye en nuestras fuentes oficiosas sin que nadie la confirme
oficialmente. Nadie nos atiende, nadie nos habla, nadie responde los teléfonos.
Ni en la Base Aeronaval, ni en el Batallón, ni en el Comando de Ushuaia. Un
silencio como del fondo del mar.
Recién
hacia las seis de la noche, repentina, intempestivamente, el alto mando de la
Armada en la Isla convoca por primera vez a una “conferencia de prensa” para
los pocos medios que estamos allí. Somos, Gente, Siete Días, y esos medios
locales que eran su propia tropa de verdad.
La cita
es en un aula del casino de oficiales de Río Grande, y allí están ya sobre una
tarima detrás de un escritorio el comandante del Área Naval Austral,
contralmirante Horacio Zaratiegui; el capitán Miguel Pita, comandante del
Batallón; el capitán Alfredo Dabini, comandante de la Base Aeronaval de Río
Grande, el capitán Juan Carlos Grieco, jefe de la policía de Tierra del Fuego,
y aquél capitán cuyo nombre no consigo recordar pero que andaba siempre de
civil y siempre estaba allí donde estábamos nosotros… ¿D´Angelo? ¿D´Avila?...
Excepto este último, que nos mira con odio y nos trata con asco, todos los
otros alardean de un hábil manejo de la prensa. Pero ese día sus caras avisan
la tragedia, el rumor que erizaba las calles.
Sin
demasiadas vueltas Zaratiegui nos confirma que habían atacado al Belgrano, que
se había hundido pero que había sobrevivientes, que los operativos de rescate
ya habían comenzado, y que no quería fotos ni notas ni la más mínima
explotación mediática del desastre.
-- Les
aconsejo tomarnos en serio –concluyó el almirante.
Como si
acabara de llegar de Júpiter, el enviado de Siete Días se levanta para
invocar su representación de la opinión pública… Zaratiegui, sin mucho ánimo,
intenta explicarle, calmarlo. Pero el otro no se conforma, insiste, confunde el
desgano con la paciencia y se extiende en su monólogo hasta que el
capitán Juan Carlos Grieco -jefe de la policía de la Isla-, le pide permiso a su
jefe para sintetizar la posición de la Armada frente al tema:
-- A
ver si le queda claro, mi amigo: yo me cago en la opinión pública.
Temprano
estamos en Ushuaia. La propia advertencia de Zaratiegui nos marcó el rumbo. Si
de verdad hay sobrevivientes, sólo por allí pueden llegar.
Es un
día de sol y el gran hotel Albatros, con vista a la bahía, todavía no se
incendió. Somos tan pocos los periodistas de medios privados nacionales, que
los marinos se permiten la marca hombre a hombre, y a cada uno de nosotros nos
toca uno de ellos y a todos todos.
Pedimos
habitaciones con vista a la bahía, pero no nos dan, no hay, nos dicen. No habrá
télex, tampoco. Ni teléfono para llamadas de larga distancia. Tampoco podremos
ambular por las calles porque habrá toque de queda. Nos informan. Ni podremos
merodear por el bar del hotel con sus grandes ventanales a la bahía, porque el
bar estará cerrado. Nos avisan. Y no podremos tampoco mirar por las ventanas de
nuestros cuartos, porque hoy aquí también las ventanas fueron cubiertas por los
hules negros de los oscurecimientos. Para que lo entendamos mejor, a partir de
la pronta caída del sol, nos sugieren encerrarnos en nuestras habitaciones y no
asomar hasta nuevo aviso bajo riesgo de ser detenidos. De gauchitos que son nos
dejan una custodia en la puerta del cuarto. Los fotógrafos deben entregar sus máquinas. Y
allí quedamos hasta el otro día. Así. Encerrados. Presos. Ocultos de todo y todo
de nosotros.
Durante
la madrugada más de 700 náufragos resucitan por esa bahía, pero nosotros no
vemos nada. Estamos ahí, desesperadamente ahí, pero no vemos nada.
Foto: HMS Sheffield, hundido.
Foto: HMS Sheffield, hundido.
Apenas
nos liberan con el nuevo día nos lanzamos a las calles, pero ya tampoco
encontramos nada. No encontramos heridos, no tenemos acceso al hospital ni al
puerto ni al aeropuerto, no hay rastros de sangre ni de pertrechos, no hay
huellas, nada. Aquí no ha pasado nada. La guerra, nada más.
Sin
esperanzas y en busca de otra suerte nos volvemos para Río Grande, tal vez allá
haya algún sobreviviente que nos cuente algo.
Y no
hay suerte pero sí noticias.
En Río
Grande nos espera otra “conferencia de prensa” con el estado mayor de la Isla,
que de pronto parece más animado.
En el
día de ayer la Aviación Naval atacó al destructor británico HMS Sheffield con
un misil Exocet disparado desde un avión Super Etendard. El buque se incendiará
durante días, y el 10 se hundirá completamente. Mañana Londres admitirá 87
bajas entre muertos, heridos y desaparecidos.
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¡Hemos hundido el Sheffield, señores!... –anuncia un recompuesto Zaratiegui.
Todos
se felicitan y sonríen. No se golpean el pecho, pero casi.
En
nombre del secreto militar escatiman detalles pero no autoelogios.
Hay en
el aire como un aroma a venganza… pero es nada más la guerra, que huele a carne
quemada.
De a
poco las grandes tragedias, también serán rutina.
Foto: heridos británicos rescatados del Sheffield.
Foto: heridos británicos rescatados del Sheffield.
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