sábado, 9 de junio de 2018

ABRIL, 8 al 10: una misión miserable...

JUEVES 8

Hoy casi da risa. Somos cerraba los miércoles para ser distribuida por todo el país entre jueves y viernes. La toma de Puerto Argentino había sucedido un viernes. Los altos mandos de la revista disponían de toda la semana para pensar el próximo número. Pero adormecidos por años de periodismo oficialista, la sola pregunta que se hacían todavía, era: ¿Le dedicamos toda la edición a Malvinas, o sólo el pliego blanco y negro, y mantenemos las secciones de arte, vida moderna, espectáculos y deportes?...
El dilema lo resolvieron una vez más las revistas Time o Newsweek –a cuyas imágenes y semejanzas se hacía Somos-, no recuerdo cuál de las dos apareció primero con la tapa y buena parte del número dedicado a The Fakland War, y allí todas las dudas se disiparon de un soplo. Inmediatamente los altos mandos de Somos dispusieron el gran operativo, como hubieran hecho, seguramente, los muchachos de Time o de Newsweek.
Tabaré Areas era el jefe de la sección política. Nos convocó a su escritorio a Jorge Vidal -un veterano halcón de muy buena llegada entre los mandos militares-; Raúl García Luna, la gran promesa literaria de la revista, y yo, uno de los últimos cronistas de la mesa de cronistas, la carne de cañón.
Vidal es despachado rumbo a Comodoro Rivadavia –asiento del Ejército- con dólares, pasaporte por las dudas, y muy buenos contactos entre los militares del lugar para llegar a las Islas. Una misión protagónica.
García Luna va para Río Gallegos, a escribir “la novela de la guerra”. Una misión soñada.
-- Vos te vas a Ushuaia –me dice Tabaré-, hacé un poco de cotillón, ambiente, alguna encuesta callejera… eso sí: fijáte de traer fotos de los techos del hospital, que parece que ya les pintaron las cruces rojas por temor a los bombardeos… y el lunes estás de vuelta, que acá hace falta gente.
Una misión sencilla… por no decir miserable.


VIERNES 9


Hora 6. Aeroparque de Buenos Aires. Embarcamos los tres en el mismo vuelo. En la línea el que avisa no es traidor, le pregunto a Vidal qué hago si veo la posibilidad de entrar a Malvinas. El viejo halcón sonríe con suficiencia, y lo dice:
-- Andá, por supuesto, pst… pero si no lo consigo yo, no creo que vos puedas…
Lo dijo.
Viajo sin fotógrafo porque en Ushuaia me espera el que debo compartir con Gente. No es lo ideal, pero es la guerra.
En Comodoro queda Vidal, en Gallegos me despido de García Luna, y hacia las seis de la tarde aterrizo en el aeropuerto de Río Grande. Instante imborrable, puedo recuperarlo entero, intacto, cuando quiero. Aquel viento del fin del mundo azotando la pista, agitando las alas de los aviones de combate que desbordan el hangar entre las sombras a mi derecha, y la noche polar que se precipita, y al frente el pequeño edificio del aeropuerto como un gran hormiguero de vidrio repleto de turistas que no encuentran la salida. Rumores de guerra.
Y el deber de llegar a Ushuaia cuanto antes, y la necesidad de encontrar un fotógrafo que ni siquiera conozco, y la obsesión de alcanzar Malvinas, y el apuro de volver el lunes, y el suboficial al mando de la aduana que ahora me pide los documentos, credenciales, me pregunta a qué vengo, qué quiero, a dónde voy… le digo que trabajo para la revista Somos porque supongo que sus jefes la leen con beneplácito, y tal vez sí, pero él no la lee ni la conoce ni le gustan los periodistas. Advierto la guerra, estoy en rumbo.
Salvado el suboficial y sus defensas, en media hora tengo ómnibus a Ushuaia. Allí me espera el fotógrafo. Creo. Pero no.
Como para estrenar la zona franca pretendo tomarme un buen whisky a bajo precio mientras espero la salida de mi ómnibus, y ya en la barra me sorprende por la espalda Jorge Palomar, el enviado de Gente, que allí está con mi fotógrafo, Carlitos Lares.
-- En Ushuaia no pasa nada, lo que pasa que en Buenos Aires no sé si saben que existe Río Grande, pero la cosa está acá, Dani, acá está la Base Aeronaval, de acá sale casi todo el apoyo logístico a Malvinas, si hay alguna posibilidad de entrar a las Islas, es desde acá, en Ushuaia no pasa nada…
Lo entiendo y me lamento. Mis órdenes son Ushuaia, los techos del hospital, cotillón… y el lunes de vuelta. Palomar me entrega al fotógrafo, pero me pide por favor que se lo devuelva cuanto antes, porque él seguirá allí, insistiendo con entrar a las Islas. No le importa entrar, pero son sus órdenes. Y quiere volverse cuanto antes: su mujer está por dar a luz.
Nuestro fotógrafo está en una mesa con otros periodistas que escuchan al capitán Alfredo Dabini, comandante de la Base Aeronaval de Río Grande. Nos sumamos al grupo y me presentan al capitán. Un hombre sonriente, grueso, que respira con gran esfuerzo, pero siempre por la nariz. Como resoplando.
-- ¿Otro más? –dice al darme la mano.
Le comento apurado:
-- Tengo órdenes de llegar a Malvinas…
-- Mire usted –me dice sonriendo, sin abrir la boca, resoplando-… mi dilema ahora es llevar cámaras o bombas… ¡cámaras o bombas!... ¿usted qué llevaría… cómo me dijo que se llamaba?
Cámaras o bombas.
Nuestro ómnibus se va. Arranco a Carlitos Lares de la mesa, prometo devolverlo cuanto antes, y partimos para Ushuaia. Será un viaje largo y sinuoso, frío, inútil.
Llegamos a Ushuaia hacia la medianoche y alcanzamos a cenar en el restaurante del hotel Canal de Beagle junto a los grandes ventanales que dan a la bahía. Todo es bello menos la guerra.
Después de comer nos vamos a tomar una copa al Tropicana, el cabarute más renombrado de la ciudad.
Todos los burdeles de la Tierra del Fuego se parecen, pero el Tropicana, además, tenía show en vivo. Bebemos algo, escuchamos un rato “la voz que el tango esperaba”, soportamos a un preguntón con cara de milico al que entonces esquivo y subestimo, y al que volveremos a ver una y otra vez hasta el final de la guerra, detrás de nosotros, como una estela de odio. Nos vamos. Volvemos al hotel. Mi día fue largo y quiero descansar. Pero no.
Estamos alojados en el hotel Albatros que pronto será cenizas, pero ahora, allí, nos espera un llamado urgente de Palomar desde Grande. Lo llamamos. Arde.
-- ¡Necesito a Carlitos! –suplica-, ¡Dabini apareció por el hotel y dijo que nos metía en un avión a Malvinas mañana a la mañana, preciso a Carlitos, mandámelo ya, por favor!…
No puedo no preguntarle si habrá lugar para mí.
-- Mirá… le hablé de vos, pero me dijo que desembarcaba ocho infantes de marina para meter ocho periodistas, que no le pida que desembarque uno más… no sé qué decirte…
-- Yo voy igual, me tiro el lance.

Foto: Base Aeronaval Hermes Quijada, Aeropuerto de Río Grande, 1982.


SÁBADO 10

Corto y salimos y deshacemos durante la madrugada el largo y sinuoso y frío camino que habíamos hecho durante la noche, inútilmente.
Y poco antes de las siete de la mañana, noche cerrada todavía, ya deambulamos por el aeropuerto de Río Grande entre tropas apuradas, oficiales alterados y suboficiales rabiosos. No hay turistas, no hay bares, no hay shops, free shops… sombras nada más.
Yo me oculto entre ellas, trato de que no me vean, nadie me quiere allí. Ni los militares, ni mucho menos los colegas. Están Roque Escobar de la revista Siete Días, Palomar por Gente, y el resto son enviados de medios locales o provinciales. Sobro. Debilito la exclusividad de la nota.
-- Y ponés en peligro el viaje de todos –me advierte el fotógrafo de Siete días, claro.
Pero ese caos interno, ese despelote general que algún día ayudará a explicar la derrota, allí ya se notaba en todo, y fue mi suerte.
Hacia las ocho de la mañana, noche todavía, ordenan el embarque y el grupo de periodistas se mueve entre las sombras, las tropas, los oficiales y los suboficiales rumbo a un Fokker F28 que espera a pocos metros del edificio. Nadie controla nada. Hay una fila de soldados que embarca primero, y detrás subimos nosotros. Así nomás. Nadie pide identificación de nada. Nadie siquiera con una lista para ver cuántos somos, quiénes, cómo nos llamamos, qué medios, nada. Simplemente abordamos y allí estamos ya.
Soy conciente de estar burlando a la temible Armada Argentina en plena guerra, en plena dictadura. Podría ser acusado de espionaje, de cualquier cosa, si estos están todos locos, pienso. Estoy por entregarme. Pero una vez arriba del avión me escondo entre las tropas que se amontonan en el piso hacia la popa desmantelada de butacas. Son soldados del Batallón de Infantería de Marina Nº 5 con asiento en Río Grande. Algunos se ríen como si todo fuera una gran broma.
Cuando parece que ya no falta nadie, aparece como un regalo de reyes la cúpula de la Armada. El almirante Juan José Lombardo, comandante del TOAS, el vicealmirante Carlos Busser, comandante del Operativo Rosario, y un par de capos más… entrevistas exclusivas, notas exclusivas, fotos exclusivas, ¡Malvinas!... el cielo con las manos.
Pero entonces, cuando ya sí estamos todos, irrumpe en la nave el capitán Dabini, allí adelante, sonriente pero resoplando, con los brazos en jarro y los puños en la cintura.
-- Acá me parece que hay colados… -dice, grita y mira, mueve sus ojos como dos reflectores, alcanza el fondo de la nave, y lo barre sin emoción...
Me veo abajo.
Ya.
Acaso detenido.
Acaso fusilado.
Pero entonces el capitán sale de escena. Se va, simplemente. Se despide de todos y chau, cierran la puerta, siento que encienden los motores, que el avión se despereza, que empezamos a movernos, a carretear, y que allá vamos… rumbo a las Islas Malvinas en mi histórica mañana del sábado 10 de abril de 1982.
¡Malvinas!...


Foto: Ushuaia.




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2 comentarios:

  1. Desde este momento cooienzo a esperar la siguiente entrega.
    Concisa, ágil, amena redacción.

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  2. Aguardo la siguiente entrega. Ágil, amena y concisa redacción. Tenemos edades similares, la historia nos sensibiliza.

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