Aquél otoño extraordinario
(una introducción)
En 1980
gobernaba Videla, la dictadura estaba firme, parecía eterna. El terrorismo de
Estado, la censura y la represión ya habían aplastado y/o planchado casi toda
forma de resistencia. La economía marchaba cada vez peor porque el plan
económico se cumplía sin errores: se destruían la moneda y la industria
nacional, y consecuentemente el movimiento obrero organizado; un pornográfico
endeudamiento externo –aunque menor que el actual- rifaba la soberanía
económica, y la timba financiera y la fuga de capitales alcanzaban su mediodía.
Clarín, La Nación y La Razón ya se habían quedado con todo el papel del país y con ese mismo papel tapaban el genocidio en marcha; y
aunque un año antes la CIDH había constatado in situ la existencia de presos
políticos y desaparecidos, una campaña formidable impulsada por aquellos mismos
medios logró reducir esas denuncias a una contracampaña antiargentina que los
subversivos argentinos orquestaban desde el exterior. Contra toda realidad, se
acuñaba el eslogan: “los argentinos somos derechos y humanos”.
En ese
contexto, ese año, en octubre de ese año, yo comenzaba mi carrera profesional
en el periodismo industrial. Para entonces llevaba meses pateando las
redacciones de toda la ciudad y sus aledaños, golpeando sus puertas, dejando
mis datos… y nada. Ya consideraba el camino de tantos amigos: el destierro… Si
en mi país no puedo desarrollar mi vocación, me decía entre gallardo y
aterrado… cuando a través de un profesor de la escuela de periodismo –que yo ya
había abandonado meses atrás-, me propusieron un casting para una gran revista
de circulación nacional: Somos, de Editorial Atlántida. Una revista creada para
apoyar a la dictadura, y sobre todo, la política económica de Martínez de Hoz.
Me dije entonces: “para el destierro hay tiempo”, y allí fui. Me probaron un
mes, y quedé. Tenía 24 años.
Atlántida
era entonces la editorial más poderosa del país, y también, como la dictadura,
estaba firme y parecía eterna. Dos años antes se había enriquecido una vez más
con las ventas prodigadas por el Mundial 78, sobre todo con sus productos El
Gráfico, Gente y Para Ti.
Somos
era el juguete preciado de Aníbal Vigil, hombre del Opus Dei, que así, desde
Somos, defendía, sostenía y propagaba los valores católicos y capitalistas del
Occidente blanco. Hecha a imagen y semejanza de Newsweek y Time, Somos era la
más explicita de las revistas de Atlántida en su defensa del “Proceso”. La más
impúdica, digamos. Pero yo quería ser periodista, y aquella editorial, con todo
su poder y su despliegue, y con los profesionales más caros que habían quedado
en el país, resultó ser una gran escuela. Diría el tango, “allí aprendí todo lo
bueno, allí aprendí todo lo malo”.
Joven
resistente con el tono moderado que recomendaba la hora, por entonces yo me
nutría con las lecturas de Jorge Abelardo Ramos, Arturo Jauretche, Scalabrini
Ortiz, Hernández Arregui... Somos, claro, representaba exactamente todo lo
contrario, pero tampoco, hay que decirlo, era mucho peor que otros medios, ya
que por entonces todos los medios eran oficialistas, a excepción de aquellos
que ya no existían, y más allá de esos otros que acaso parecían rebeldes porque
se oponían a un sector del gobierno o de las FFAA, pero siempre amparados por
otro.
Días
raros. Todo estaba mal pero sin embargo todo transcurría con “total
normalidad”. No se hablaba de censura, los veteranos escribían como si nada, y
por debajo nosotros trabajábamos sin francos ni feriados, callando nuestro
espanto con la sicótica sensación de estar levantando un edificio que
deseábamos se derrumbara cuanto antes…
Dejaría
Somos recién cinco años más tarde, ya todo un profesional. Así que allí estaba
ese domingo de lluvia y calles vacías cuando Viola sucedió a Videla en marzo de
1981; y en setiembre en la puerta de una clínica de La Plata donde se moría
Ricardo Balbín mientras nacía la Multipartidaria insinuando una resurrección
civil que justificó la caída de Viola y la asunción de Galtieri en diciembre
del 81; y en el 83 cuando volvió la democracia, y en el 85 acompañaba a Alfonsín en una gira presidencial por Europa… y por lo tanto allí estaba también en el otoño extraordinario de 1982, cuando tenía
la edad para ser un soldado y tuve la suerte de ser un corresponsal de guerra.
El
viernes 9 de abril me enviaron a Tierra del Fuego por ese solo fin de semana, el
lunes 12 debía estar de vuelta. Pero no. Volví recién el 11 de junio.
Durante
esos dos meses viví en Tierra del Fuego entre Río Grande y Ushuaia, alcancé
Puerto Argentino, recorrí por tierra todo el Frente Sur desde Trelew a
Gallegos, y estaba de vuelta en Buenos Aires cuando llegaron el Papa, la
derrota y el porteñazo que se llevó a Galtieri y marcó el principio del fin de
aquella dictadura.
Días indelebles,
carbón que el tiempo hace diamante.
Con todo
lo sabido hoy, apuntes que guardé de entonces, y lo que grabó la memoria -imágenes,
diálogos, instantes, esas cosas que nunca se olvidan-, escribo este diario, que tal vez no agrega mucho,
pero nos recuerda dos cosas.
Que poco y nada sabemos de esa guerra, y que la gloria no es para los
héroes. La gloria es para los vencedores valientes, a los valientes vencidos
les toca el oprobio, y en el mejor de los casos, el olvido.
En su memoria, estas páginas.
D.A., marzo de 2018.
Querido Daniel me has hecho viajar nuevamente a esos tiempos.......abrazo grande
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