Aquél capitán de la marina que no
podía sonreír, que se ocupaba de la prensa (de vigilarla, callarla y operarla),
ese que andaba siempre de civil, y que yo había conocido el mismo 9 de abril
apenas pisé Tierra del Fuego, y que desde entonces todavía teníamos encima –y
que pongamos que se llamaba D´Avalos-; hacia la tarde nos avisa que mañana a la
hora 800 seremos trasladados de Río Grande a Ushuaia porque el comandante del
Área Naval Austral, contralmirante Horacio Zaratiegui, ha decidido agasajarnos
con un asado en conmemoración por el día del periodista.
Es una invitación, pero es una
orden.
Y una buena ocasión para saber qué
pasa. Hace días que perdimos contacto con los mandos militares de la Isla.
Foto: Traslado de heridos británicos.
Foto: Traslado de heridos británicos.
Con puntualidad de comandos a la hora 800 nos cargan en la caja de un Unimog para trasladarnos hasta la Base Aeronaval y de allí volar a Ushuaia. Es de noche, amanecerá recién hacia las diez, once, y llueve torrencialmente como sólo puede llover en las vecindades del Polo.
Nos amuchamos y hablamos pero no nos oímos porque el estrépito de la
lluvia contra el techo de la caja, parece un bombardeo.
Llegamos vivos al aeropuerto pero bajo esa tempestad no hay avión que despegue. Esperamos. El aeropuerto está lleno de soldados, sentados o tirados en el piso, ellos también esperan. Pero no un asado. Son los últimos refuerzos que marchan al frente. Miro sus caras. Ninguno habla. Algunos nos miran, no sé si nos ven, otros no miran nada. En un rato sabremos que van a la muerte, ¿lo saben ellos? Hoy recuerdo sus caras y se me ocurre que sí.
Llegamos vivos al aeropuerto pero bajo esa tempestad no hay avión que despegue. Esperamos. El aeropuerto está lleno de soldados, sentados o tirados en el piso, ellos también esperan. Pero no un asado. Son los últimos refuerzos que marchan al frente. Miro sus caras. Ninguno habla. Algunos nos miran, no sé si nos ven, otros no miran nada. En un rato sabremos que van a la muerte, ¿lo saben ellos? Hoy recuerdo sus caras y se me ocurre que sí.
Mientras esperamos charlamos con el capitán Dabini, jefe de
la Base Aeronaval, hace días que no lo vemos, pero su confianza sigue intacta.
-- Puerto Argentino es una batalla,
si se pierde esa batalla, les seguimos la guerra desde el continentne, ¿qué
hay? –y sonríe, resopla.
Nos miramos con Mario. Es la primera vez que Dabini menciona la posibilidad de la derrota. Yo miro a los soldados, esas tropas. Tal vez ellos también preferirían seguir la guerra desde el continente, pienso, pero allí van…
Nos miramos con Mario. Es la primera vez que Dabini menciona la posibilidad de la derrota. Yo miro a los soldados, esas tropas. Tal vez ellos también preferirían seguir la guerra desde el continente, pienso, pero allí van…
Aunque la lluvia no afloja embarcamos
igual. El asado podría pasarse, y el almirante espera. En un Fokker F28
completamente desmantelado, nos sentamos en el piso y atravesamos la tormenta
esquivando los últimos picos de la Cordillera.
Pero llegamos y allí nos espera
Zaratiegui con un formidable asado en homenaje a la prensa presente. Y de
postre la derrota.
Marcando el final de tan ameno
encuentro, Zaratiegui se levanta y dice unas palabras y usa aquella frase con
la que nos dijo todo sin decirnos nada: “más allá del resultado de esta
guerra…” Era el mismo Zaratiegui que ayer nomás nos explicaba de qué manera tan
contundente estábamos ganando aquella guerra. Dabini primero, Zaratiegui ahora... Todo ha terminado.
Al cabo del asado me despido de
Mario Markic. Compartimos dos meses para siempre. Pero ahora Gente lo manda a
España a cubrir el Mundial que ya comienza.
De regreso a Río Grande llamo a la
redacción y anuncio la derrota. Les cuento lo que dijo Zaratiegui, y lo que
valen en su boca esas palabras.
-- Acá manejamos otra información,
negrito.
No digo más nada.
No hago más nada.
Todo ha terminado.
Foto: Posición de ametralladoras del grupo de apoyo junto a su jefe, el cabo primero Salot. El primero a la izquierda es el soldado Julio César Segura, caído en combate.
Foto: Posición de ametralladoras del grupo de apoyo junto a su jefe, el cabo primero Salot. El primero a la izquierda es el soldado Julio César Segura, caído en combate.
Ya nadie habla. Ni siquiera los
oficiales de menor rango que ahora nos esquivan por la calle. El discurso de
Zaratiegui clausuró todas las voces de la Isla.
Imposible saber ese día, allí, que esa mañana fuerzas británicas inician un desembarco en Bahía Agradable, al sudoeste de Puerto Argentino. Tendrán su mayor tragedia.
Imposible saber ese día, allí, que esa mañana fuerzas británicas inician un desembarco en Bahía Agradable, al sudoeste de Puerto Argentino. Tendrán su mayor tragedia.
Poco antes del mediodía despegan de
Río Gallegos ocho aviones A4B Skyhawk. Cargan entre todos 24 bombas de 1000 libras cada una.
Atacan el Sir Tristram y el Sir Galahad. El primero queda inservible, el
segundo se hunde. Cincuenta galeses más incontables chinos hierven en el mar.
Pasado el mediodía algunos aparatos
cruzan el cielo de Grande. Ahora sé que eran seis Dagger. A las tres de la
tarde otros seis Skyhawk despegan de Gallegos. Atacan la fragata Plymouth,
hunden una lancha de desembarco. Más muertos.
Los ingleses recordarán este día como “el día más negro de la flota británica”.
Por la tele otra vez
cantan victoria.
En Río Grande nadie dice nada.
Pero en el silencio oficial
retumban las palabras finales de Zaratiegui: más allá del resultado de esta
guerra…
Foto: RFA Sir Galahad, "el día más negro de la flota británica".
MIERCOLES 9
Un día igual a todos y a ninguno, como ayer y antes de ayer. La mañana tardía, el cielo bajo, espeso, oscuro. Las calles calladas, vacías por el invierno, que aquí no espera el calendario y llegó hace rato.
A esa hora, esa mañana -sabré mucho después-, aviones Harrier sueltan bombas beluga sobre las posiciones del RI3, RI6, Y EL BIM5. Las esquirlas de su metralla incendian y matan a cientos de metros a su alrededor. La artillería británica, todo el día, concentra su fuego sobre las posiciones del RI4 y del RI7.
El sir Galahad sigue en llamas en Bahía Agradable. Un enjambre de helicópteros británicos enloquece las grandes columnas de humo negro mientras rescata heridos, moribundos y cuerpos.
En Fitz Roy, por la tarde, dos veces, la Fuerza Aérea bombardea la cabeza de playa enemiga, y al oeste de Harriet y Longdon, hay escaramuzas entre patrullas de exploración.
Los pilotos de la Fuerza Aérea le marcan a la artillería propia las posiciones de la primera línea británica en Monte Challenger, y alli se concentra su fuego hasta eliminar al final del día una posición de armas pesadas.
La mañana tardía, el ocaso temprano. Un día igual a todos y a ninguno. Como ayer, o antes de ayer, o...
Foto: rescate de heridos del Sir Galahad.
JUEVES 10
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Al pie del monte Longdon las tropas británicas nada más esperan
la noche para lanzar el ataque final. Ese infierno durará cuatro días.
Por la mañana me ordenan volver. Mi
guerra ha terminado.
Los vuelos comerciales están
suspendidos desde mayo, cuando cerraron los aeropuertos de Trelew para abajo.
Pero otra vez recurro a la ansiedad de los marinos por librarse de todos nosotros,
y otra vez el capitán Dabini me embarca inmediatamente en un Fokker F28 que ni
él mismo sabe a dónde va, y que me deja en la Base Naval de Bahía Blanca hacia el
final de la tarde.
Sigo en ómnibus hasta Buenos Aires.
Viajo y duermo toda la noche.
Foto: Monte Longdon, yace en el piso el Subteniente Juan Domingo Baldini del RIM7, medalla al Valor en Combate. El otro de los cuerpos podría pertenecer a los cabos Orosco o Ríos, caídos a su lado.
Mientras duermo no sé por dónde,
las tropas del 3 de Paracaidistas trepan las laderas del Monte Longdon
camufladas por la bruma, los riscos y la noche. Confían en el efecto sorpresa, cuando uno de ellos pisa una
mina, vuela por el aire, y desata la batalla más sangrienta de esa guerra.
Despierto en Buenos Aires. Vuelvo
al barrio. Quiero ver a mi gente. Pasado el mediodía cruzo Rivadavia a la
altura de Flores y veo pasar a Juan Pablo IIº en su coche antibalas. Viene de
Londres de charlar con la Thatcher. Nos trae la paz. Dicen.
En la redacción creen que todavía
estoy viajando. Me escondo. No aparezco. Me encierro con mi novia y trato de
olvidar.
Todo ha terminado.
Esa noche se combate en Harriet y
Dos Hermanas. Será la hora de gloria del soldado conscripto Oscar Poltronieri, que al grito de
“váyanse todos que yo soy soltero”, resiste durante horas un avance enemigo, de
un monte a otro, solo con su MAG, mientras cubre la retirada de toda su
compañía. Los
ingleses nunca lo olvidarán. Nosotros sí.
Mientras tanto en monte Longdon las
fuerzas británicas penetran las defensas argentinas, y cuando lo descubren ya
está, ya no hay líneas, ya no hay frente contra frente, ya es un todos contra
todos y cualquiera contra cualquiera. Propios y ajenos mueren sin distinción
por el fuego cruzado de las dos artillerías. La masacre se consagra. Se
limpian trincheras con granadas, se calan bayonetas, se combate cuerpo a cuerpo
como en la Iª Guerra. A la luz de las bengalas se despliega bajo la noche todo
el horror de las batallas.
Foto: Heridos, médicos y caídos argentinos en pleno combate.
Foto: Heridos, médicos y caídos argentinos en pleno combate.
Nadie sabe de mí. No me reporto.
Por la tele insisten con la
victoria. Mañana debuta Argentina y con Argentina Maradona. El Papa nos llenó
de fe. Las banderas del 2 abril pueden seguir en los balcones.
“Nosotros manejamos otra
información, negrito”. Qué risa.
Falta mucho para saber lo que sucede
esa noche, pero mientras dormímos un montón de soldados dejan de vivir.
El Brigadier Julian Thompson ya está por retirar sus tropas desconcertado "por esos adolescentes disfrazados de soldados que nos estaban provocando tantas bajas". Pero antes del amanecer por fin alcanzan las alturas de Longdon. Ahora pueden ver Puerto Argentino como desde un maldito anfiteatr, cuando las tropas del RI7 contraatacan, reanudan el infierno, y lo prolongan.
El Brigadier Julian Thompson ya está por retirar sus tropas desconcertado "por esos adolescentes disfrazados de soldados que nos estaban provocando tantas bajas". Pero antes del amanecer por fin alcanzan las alturas de Longdon. Ahora pueden ver Puerto Argentino como desde un maldito anfiteatr, cuando las tropas del RI7 contraatacan, reanudan el infierno, y lo prolongan.
Entre los aún incontados británicos muertos, caen esa noche en Longdon los
soldados del 3 de Paracaidistas Ian Scrivens, Jason Burt y Neil Grose. Los dos
primeros tenían 17 años. El otro esa noche cumplía 18. The children of the war.
Foto: Monte Longdon, el día después. Soldados británicos, prisioneros argentinos, caídos de ambos bandos.
Foto: Monte Longdon, el día después. Soldados británicos, prisioneros argentinos, caídos de ambos bandos.
No hay domingos ni feriados. Es el
final.
Ya no da para esconderse, me andan
buscando, aparezco en la redacción. Reproches, apuros, ninguna bienvenida.
Nervios. Histeria. Todo huele a derrota y temen que el final llegue tarde.
La revista cierra los jueves, si se produce el viernes “¡estamos
perdidos!”, cacarea aquel mismo jefe que parece que de pronto ya no “maneja
otra información”. Negrito.
En las Islas nieva y matan. Esa noche arden Williams, Wireless
Ridges y Tumbledown.
En la que será la última incursión
de la Fuerza Aérea Argentina, dos Camberra y dos
Mirage bombardean la retaguardia enemiga.
El fuego naval inglés contra Puerto
Argentino sigue y recrudece. Pero aquellos técnicos de la armada lograron
adaptar para tierra-mar ese último misil mar-mar que tenía la Argentina, y el HMS
Glamorgan queda fuera de combate. Mueren 14 de sus tripulantes.
Longdon, Two Sisters y Harriet ya
están cubiertos de cadáveres, pedazos de cuerpos, heridos, moribundos y
prisioneros.
Argentina inaugura el Mundial como
campeón y pierde 1 a
0 con Bélgica.
Todo huele a derrota.
Foto: Un soldado argentino es tomado prisionero entre caídos de ambos bandos.
Por la mañana el almirante John
Sandy Woodward, comandante de las fuerzas navales británicas en el Atlántico
sur, escribe en su parte diario: “si los argentinos pudieran soplarnos, nos
derrumbarían”.
Al otro lado del fuego, en
simultáneo y sin embargo, el general Mario Benjamín Menéndez decide su
rendición. Era la hora de contar los muertos.
Pero los muertos siguen muriendo.
En Tumbledown y Sappers Hill se combate hasta más allá del mediodía. El BIM5
espera unos refuerzos que nunca llegarán, baja dos helicópteros, pelea hasta agotar
sus municiones, y se repliega, no se rinde. Cuando cae la tarde sus hombres entran
a Puerto Argentino en formación, con las armas al hombro.
La orden del alto el fuego o lo que
sea, alcanza las líneas de avanzada triturada
por el boca a boca, no ya como una orden, sino más bien como un rumor, ni
siquiera: un
chisme. Algunos la creen, y otros no. Aquí y allá se rompe la cadena de mandos.
Hay quienes desertan, huyen, colapsan o se repliegan. Algunos todavía pelean,
algunos todavía mueren.
En Puerto Argentino comienza a
nevar como un telón que cae. Alrededor se incendian las colinas. Gritos,
aviones, helicópteros, más bombas. Pelotones astillados, rostros desencajados,
patrullas perdidas. Soldados que van y vienen, giran desorientados, heridos,
fantasmales. Es el desbande, la geometría del final.
En Buenos Aires también. El tren
bala del triunfalismo nacional por fin se estrella contra la Historia. Los comunicados
oficiales sangran a lo largo del día el avance británico. En el primero
hacia las diez de la mañana ya están sobre Tumbledown y Wireless Ridges. Para
las 16.30 el combate alcanza los suburbios de Puerto Argentino. A las 16.50 se
informa una inminente reunión entre Menéndez y Moore programada sin embargo
para la hora 16. El último comunicado esa noche avisa que la reunión fue
postergada para la hora 19. Pero son las 23.05.
Nadie sabe, nadie entiende, nadie cree
ni puede creer,
nadie nada aquí tampoco.
Aquellos grandes periodistas que
hasta hace unos días me decían qué hacer a 3000 kilómetros del
frente, de pronto no saben qué hacer. Ya no “manejan ninguna información”.
Negrito.
Menéndez y Moore conferencian
durante todo el día. Discuten los términos de la rendición. Poné esto, sacá
aquello. Moore dice a todo que sí. Tacha la palabra incondicional. No le
importa. No dan más. Sólo quiere el cese del fuego y el retiro de las tropas.
La foto que será historia.
Pocos minutos después de la medianoche, por
fin la consigue.
Puerto Argentino ha capitulado.
Foto: La gratitud de Moore, la admiración de Menéndez.
MARTES 15
La noticia ya alcanzó las calles.
Será un día largo y rabioso.
En la revista los jefes parecen
aliviados. El final les cayó del cielo: es martes, cierran el jueves.
Perfecto.
Afuera ya es otra cosa. Desde
temprano dicen que se junta la gente en la Plaza de Mayo. Y que ya hay
disturbios, dicen. Alguien grita “manden dos cronistas”, y allí partimos Miguel
Wiñazki y yo con órdenes de reportarnos “constantemente”.
Los dos estábamos allí la mañana
del 2 de abril, cuando todo era incertidumbre y algarabía. Pero ha pasado
tanto, que ya no lo recordamos.
Ni siquiera cuando otra vez las
multitudes comienzan a llegar y a calentarse.
Ya no hay algarabía.
“Galtieri/ borracho/ mataste a los
muchachos”.
Cada vez son más y más. Y vienen
más.
Cuando caiga la noche incendiarán
Buenos Aires, habrá palos y gases, sirenas, corridas, heridos y detenidos,
kioscos de diarios, colectivos en llamas...
Miguel y yo nos mantenemos juntos,
pero no nos reportamos más. Corremos como todos, huimos. Sobrevivimos. Espantados por el caos –nunca
lo olvidaremos-, terminamos frente al Congreso, acorralados en la entrada de un edificio
justo cuando un camión hidrante dispara contra nosotros.
Dije bien cuando dije: ya ni
siquiera la derrota nos pertenece. Foto: 15 de junio, Buenos Aires, esquina de Florida y Perón, todavía Cangallo.
F I N
* * *
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