sábado, 9 de junio de 2018

ABRIL, 10: Puerto Argentino...


SÁBADO 10


Puerto Argentino, 9.21 a.m. Desembarcamos. Pisamos las Islas.
Recuerdo la hora exacta y un montón de cosas. El sol y el frío y una larga fila de soldados que cruza la pista arrastrando carros cargados de armamentos y municiones y uno que destaca entre todos porque desborda de roscas de pascua. Mañana es domingo de Pascuas. Lo habíamos olvidado. Ya la guerra se lo devora todo.
En Malvinas están TELAM y ATC, pero nosotros somos los últimos medios privados que entrarán en las Islas por mucho tiempo. Eso aún no lo sabemos, pero ya lo sentimos. Sentimos el orgullo, la satisfacción, la importancia. Estamos donde y cuando cualquier periodista que se precie de tal quiere estar. Estamos en el lugar exacto en el momento justo. Eso sí ya lo sabemos.
Somos diez, doce periodistas, no lo recuerdo con precisión. Hay algunos colegas de medios locales y provinciales, está ese camarógrafo de la RAI o la CIA, pero somos sólo tres los medios nacionales y privados: Siete Días, Gente y Somos. Tres revistas, dos editoriales. Así no hagamos nada, el material será excelente. Eso también lo sabemos ya.
Y no hacemos nada. En el aeropuerto apenas llegamos nos baraja un amable mayor del ejército -de inteligencia y de civil-, que desde ya nos avisa que es imposible quedarse: no hay hospedaje, ni habrá permisos. Y ahí nomás nos recita lo que podemos hacer ese día: nada. No podemos hablar con los kelpers ni con los soldados. No podemos fotografiar vehículos militares, ni armamentos ni soldados. A cambio y de su mano haremos una especie de city tour y luego nos mandarán de vuelta al continente. Allí no precisan periodistas, ¿para qué?, nos pregunta amablemente el amable mayor: ¿para tener que cuidarlos?, ¿para tener un problema más?...

Del aeropuerto nos sacan en dos jeeps y nos llevan hasta la ciudad por un camino de piedra y barro que atraviesa un paisaje ídem. Estamos en Malvinas, me digo y me repito. Y lo miro todo como se mira Marte. 
En un momento del city tour paramos a tomar un café en un hostal sobre la calle principal, el Upland Goose. El muy amable mayor nos pide que lo esperemos allí unos minutos, que enseguida vuelve, y así lo hacen los colegas de los medios locales y provinciales, pero nosotros no. Nos apartamos de Siete Días, y nos adentramos en el pueblo subiendo una calle de ripio, tierra y barro. El sol ya no está, recuerdo, el frío era más intenso.
En algún lugar tengo más fotos de ese día, todas de Carlos Lares, claro. Estas me las pasó él. Mil recuerdos. Gracias, Carlitos.
En esa primera, arriba, en colores, Palomar a mi izquierda, y yo. Acabamos de pisar las Islas. Atrás, por la escalerilla, se los ve bajar a Lombardo y Busser. 9.21 a.m., cómo olvidarlo.
En la otra, blanco y negro, Palomar y yo, entrevistando a un kelper con sus hijos. Estamos en la calle Ross Road, la calle principal de la ciudad, que corre junto a la bahía. El hombre habla un buen español con fuerte acento británico, nos dice que tiene miedo, dice que no le importa de quién son las Islas, que teme por sus hijos, por lo que pueda pasar. Sus niños hablan inglés, no entienden nada. 

Aquí, en colores, los cinco enviados de los tres medios privados. De izquierda a derecha, el fótografo de Siete Días, Nacho Corvalán, luego Roque Escobar, Jorge Palomar, yo, y Carlitos Lares. Allí están el sol, el frío, y la bahía junto a la calle principal.
La otra, en sepia, es una página de Gente. Allí vamos, en pleno vuelo hacia Malvinas, Palomar de espaldas, yo de perfil, y asoma la cabeza un colega de una radio de Ushuaia. Entrevistamos al vicealmirante Juan José Lombardo, comandante del Teatro de Operaciones del Atlántico Sur. Cuando le preguntamos si están preparados para el combate, Lombardo, campechano, imborrable, palmea mi rodilla derecha con su mano izquierda, y nos dice sonriendo: “mi único temor es que las Islas se hundan de tanto armamento que les pusimos encima”.
La otra, en colores, apareció en Gente y Somos, también es de Carlitos. La toma adentro del avión que nos lleva a Malvinas. Un Fokker F28 con tres o cuatro filas de asientos –para la cúpula de la Armada y la prensa-, y el resto desmantelado para la tropa. Son soldados del Batallón de Infantería de Marina Nº 5 con asiento en Río Grande. Marchan al frente.
Hablo con ellos, cambiamos incluso algunas bromas, parecen tranquilos.
Ahora sé que allí van destinados a defender el monte Tumbledown durante las jornadas del 13 y 14 de junio contra la Guardia Escocesa, el regimiento de Gurkas, y el 2 de Paracaidistas. Y no van a rendirse. Pelearán literalmente hasta la última bala, se repliegan bien pasado el mediodía del 14, varias horas después de la capitulación de Menéndez, cuando se les terminan las municiones. Y entrarán a Puerto Argentino en ordenada formación, con las armas al hombro.
Ahora que ya lo dijeron aquellos escoceses, ingleses y gurkas, sabemos también que esos “chicos” que van ahí pelearán como hombres, como “tigres” –me dirá su capitán Robacio después de la guerra-, y que si hubieran tenido municiones para dos horas más, los que se rendían eran ellos, los ingleses, los escoceses, y los gurkas.
Pero de todo eso todavía no sabemos nada y yo sigo con mi trabajo. Carlitos hace su parte y les saca esa foto a los soldados, donde ninguno sonríe como si ya lo supieran todo.

La que sigue es un sello del correo. No pude no mandar un telegrama desde allí: LLEGUÉ A MALVINAS. STOP.
Perdidos por las calles interiores de Puerto Argentino, charlamos con otros dos kelpers que nos dicen que aquello es Gran Bretaña y que ellos son ciudadanos británicos. Ahí abajo está esa  última foto. Les recuerdo que "of second", y me mandan a la mierda. Seguimos andando y nos cruzamos con una mujer de unos sesenta años, queremos entrevistarla, pero sin oírnos comienza a gritar, se larga a llorar, y se aleja insultándonos. Percibo la rareza de la situación, pero no me siento un extranjero.
En el camino, me acuerdo, nos cruzamos con el padre Fernández, capellán del ejército, nos habla del buen ánimo de las tropas, desborda de fe, ¿esa foto no está, Carlitos?...

Por fin el amable mayor nos encuentra y recaptura. Ya tiene a los de Siete Días. Nos reprende, pero sin perder sus buenos modales. Y bajo la noche temprana de las cinco de la tarde, nos lleva de vuelta al aeropuerto. Nos quejamos pero nos conformamos. La exclusividad del material vuelve mucho lo poco. Y todavía hay más.
En el aeropuerto lo encontramos recién desembarcado del continente al general Mario Benjamín Menéndez, flamante gobernador militar de las Islas. Lo rodeamos como gurkas, y grabador en mano le sacamos cuatro o cinco frases vacías y previsibles. Declamaciones patrióticas, y una gran preocupación por el bienestar de los kelpers.
Entonces el amable mayor nos llama para embarcar, y como yo soy un novato, me hago el vivo y me escondo en un baño y cuando salgo nuestro avión ya partió y allí me descubre el amable mayor que ahora se agarra la cabeza.

Le digo que me quedo hasta mañana, y que mañana vemos. Me dice que no hay dónde ni es posible y me quiere meter en un vuelo que sale ahora para Comodoro. Le explico que tengo todas mis cosas en Río Grande, y así pujamos un rato hasta que por fin se consigue un avión para Grande, y me despacha.
Y allí voy ahora, a través de la noche atlántica en un Fokker completamente vacío, los dos pilotos y yo, los tres en la cabina. Ellos me dicen que preferirían estar “allí abajo con el cuchillo entre los dientes”, y otras bravuconadas que yo no les creo pero acompaño. No pude quedarme, pero vuelvo feliz: logré llegar y allí estuve. Cosas del oficio.
Y luego ya me veo en el hotel, el Ibarra de Río Grande, después de una ducha, la tele encendida, imágenes aéreas de una multitud nunca vista que allí desborda la Plaza de Mayo hasta más allá de la 9 de julio. Ese día Alexander Haig visitaba la Argentina y el pueblo le mostraba lo que pensaba de sus intenciones negociadoras.
10 de abril de 1982.
Indeleble.




Puerto Argentino


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