SÁBADO
10
Puerto Argentino, 9.21 a .m. Desembarcamos. Pisamos las Islas.
Recuerdo la hora exacta y un montón de cosas. El sol y el frío y una larga fila
de soldados que cruza la pista arrastrando carros cargados de armamentos y
municiones y uno que destaca entre todos porque desborda de roscas de pascua.
Mañana es domingo de Pascuas. Lo habíamos olvidado. Ya la guerra se lo devora
todo.
En Malvinas están TELAM y ATC, pero nosotros somos los
últimos medios privados que entrarán en las Islas por mucho tiempo. Eso aún no
lo sabemos, pero ya lo sentimos. Sentimos el orgullo, la satisfacción, la
importancia. Estamos donde y cuando cualquier periodista que se precie de tal
quiere estar. Estamos en el lugar exacto en el momento justo. Eso sí ya lo
sabemos.
Somos diez, doce periodistas, no lo recuerdo con precisión.
Hay algunos colegas de medios locales y provinciales, está ese camarógrafo de
la RAI o la CIA, pero somos sólo tres los medios nacionales y privados: Siete Días, Gente
y Somos. Tres revistas, dos editoriales. Así no hagamos nada, el material será
excelente. Eso también lo sabemos ya.
Y no hacemos nada. En el aeropuerto apenas llegamos nos baraja
un amable mayor del ejército -de inteligencia y de civil-, que desde ya nos
avisa que es imposible quedarse: no hay hospedaje, ni habrá permisos. Y ahí
nomás nos recita lo que podemos hacer ese día: nada. No podemos hablar con los
kelpers ni con los soldados. No podemos fotografiar vehículos militares, ni
armamentos ni soldados. A cambio y de su mano haremos una especie de city tour
y luego nos mandarán de vuelta al continente. Allí no precisan periodistas,
¿para qué?, nos pregunta amablemente el amable mayor: ¿para tener que
cuidarlos?, ¿para tener un problema más?...
Del aeropuerto nos sacan en dos jeeps y nos llevan hasta la
ciudad por un camino de piedra y barro que atraviesa un paisaje ídem. Estamos
en Malvinas, me digo y me repito. Y lo miro todo como se mira Marte.
En un momento del city tour paramos a tomar un café en un
hostal sobre la calle principal, el Upland Goose. El muy amable mayor nos pide
que lo esperemos allí unos minutos, que enseguida vuelve, y así lo hacen los
colegas de los medios locales y provinciales, pero nosotros no. Nos apartamos
de Siete Días, y nos adentramos en el pueblo subiendo una calle de ripio,
tierra y barro. El sol ya no está, recuerdo, el frío era más intenso.
En algún lugar tengo más fotos de ese día, todas de Carlos
Lares, claro. Estas me las pasó él. Mil recuerdos. Gracias, Carlitos.
En esa primera, arriba, en colores, Palomar a mi izquierda,
y yo. Acabamos de pisar las Islas. Atrás, por la escalerilla, se los ve bajar a
Lombardo y Busser. 9.21 a .m.,
cómo olvidarlo.
En la otra, blanco y negro, Palomar y yo, entrevistando a un
kelper con sus hijos. Estamos en la calle Ross Road, la calle principal de la
ciudad, que corre junto a la bahía. El hombre habla un buen español con fuerte
acento británico, nos dice que tiene miedo, dice que no le importa de quién son
las Islas, que teme por sus hijos, por lo que pueda pasar. Sus niños hablan
inglés, no entienden nada.
Aquí, en colores, los cinco enviados de los tres
medios privados. De izquierda a derecha, el fótografo de Siete Días, Nacho
Corvalán, luego Roque Escobar, Jorge Palomar, yo, y Carlitos Lares. Allí están
el sol, el frío, y la bahía junto a la calle principal.
La otra, en sepia, es una página de Gente. Allí vamos, en
pleno vuelo hacia Malvinas, Palomar de espaldas, yo de perfil, y asoma la
cabeza un colega de una radio de Ushuaia. Entrevistamos al vicealmirante Juan
José Lombardo, comandante del Teatro de Operaciones del Atlántico Sur. Cuando
le preguntamos si están preparados para el combate, Lombardo, campechano,
imborrable, palmea mi rodilla derecha con su mano izquierda, y nos dice
sonriendo: “mi único temor es que las Islas se hundan de tanto armamento que
les pusimos encima”.
La otra, en colores, apareció en Gente y Somos, también es
de Carlitos. La toma adentro del avión que nos lleva a Malvinas. Un Fokker F28
con tres o cuatro filas de asientos –para la cúpula de la Armada y la prensa-,
y el resto desmantelado para la tropa. Son soldados del Batallón de Infantería
de Marina Nº 5 con asiento en Río Grande. Marchan al frente.
Hablo con ellos,
cambiamos incluso algunas bromas, parecen tranquilos.
Ahora sé que allí van destinados a defender el monte
Tumbledown durante las jornadas del 13 y 14 de junio contra la Guardia
Escocesa, el regimiento de Gurkas, y el 2 de Paracaidistas. Y no van a
rendirse. Pelearán literalmente hasta la última bala, se repliegan bien pasado
el mediodía del 14, varias horas después de la capitulación de Menéndez, cuando
se les terminan las municiones. Y entrarán a Puerto Argentino en ordenada
formación, con las armas al hombro.
Ahora que ya lo dijeron aquellos escoceses, ingleses y
gurkas, sabemos también que esos “chicos” que van ahí pelearán como hombres,
como “tigres” –me dirá su capitán Robacio después de la guerra-, y que si
hubieran tenido municiones para dos horas más, los que se rendían eran ellos,
los ingleses, los escoceses, y los gurkas.
Pero de todo eso todavía no sabemos nada y yo sigo con mi
trabajo. Carlitos hace su parte y les saca esa foto a los soldados, donde
ninguno sonríe como si ya lo supieran todo.
La que sigue es un sello del correo. No pude no mandar un
telegrama desde allí: LLEGUÉ A MALVINAS. STOP.
Perdidos por las calles interiores de Puerto Argentino,
charlamos con otros dos kelpers que nos dicen que aquello es Gran Bretaña y que
ellos son ciudadanos británicos. Ahí abajo está esa última foto. Les recuerdo que "of second", y me
mandan a la mierda. Seguimos andando y nos cruzamos con una
mujer de unos sesenta años, queremos entrevistarla, pero sin oírnos comienza a
gritar, se larga a llorar, y se aleja insultándonos. Percibo la rareza de la
situación, pero no me siento un extranjero.
En el camino, me acuerdo, nos cruzamos con el padre
Fernández, capellán del ejército, nos habla del buen ánimo de las tropas,
desborda de fe, ¿esa foto no está, Carlitos?...
Por fin el amable mayor nos encuentra y recaptura. Ya tiene
a los de Siete Días. Nos reprende, pero sin perder sus buenos modales. Y bajo
la noche temprana de las cinco de la tarde, nos lleva de vuelta al aeropuerto.
Nos quejamos pero nos conformamos. La exclusividad del material vuelve mucho lo
poco. Y todavía hay más.
En el aeropuerto lo encontramos recién desembarcado del
continente al general Mario Benjamín Menéndez, flamante gobernador militar de
las Islas. Lo rodeamos como gurkas, y grabador en mano le sacamos cuatro o
cinco frases vacías y previsibles. Declamaciones patrióticas, y una gran preocupación por el bienestar de los kelpers.
Entonces el amable mayor nos llama para embarcar, y como yo
soy un novato, me hago el vivo y me escondo en un baño y cuando salgo nuestro
avión ya partió y allí me descubre el amable mayor que ahora se agarra la
cabeza.
Le digo que me quedo hasta mañana, y que mañana vemos. Me
dice que no hay dónde ni es posible y me quiere meter en un vuelo que sale
ahora para Comodoro. Le explico que tengo todas mis cosas en Río Grande, y así
pujamos un rato hasta que por fin se consigue un avión para Grande, y me despacha.
Y allí voy ahora, a través de la noche atlántica en un
Fokker completamente vacío, los dos pilotos y yo, los tres en la cabina. Ellos
me dicen que preferirían estar “allí abajo con el cuchillo entre los dientes”,
y otras bravuconadas que yo no les creo pero acompaño. No pude quedarme, pero
vuelvo feliz: logré llegar y allí estuve. Cosas del oficio.
Y luego ya me veo en el hotel, el Ibarra de Río Grande,
después de una ducha, la tele encendida, imágenes aéreas de una multitud nunca
vista que allí desborda la Plaza de Mayo hasta más allá de la 9 de julio. Ese
día Alexander Haig visitaba la Argentina y el pueblo le mostraba lo que pensaba
de sus intenciones negociadoras.
10 de abril de 1982.
Indeleble.
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Puerto Argentino |
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