Volver se dice pronto, pero…
Como una de esas sinfonías que arrancan con tres suaves
acordes y acaban en un trágico tifón a toda orquesta, así aquél largo viaje
comienza de lo más apacible.
Hacia el mediodía aterrizamos en Trelew, incluso tenemos
tiempo de ir a Gayman a tomar un té galés, y a media tarde salimos en ómnibus
para Comodoro Rivadavia, donde quedará el Turco Alí, y pernoctaremos los tres. Y así
sucede.
La prensa como la patria hacia el sur se angosta y deshilacha. En Tierra del Fuego somos sólo tres los medios nacionales. En
Gallegos encontraré varios más. Pero en Comodoro están todos. Todas las
revistas, todos los diarios, los cuatro canales, no sé cuántas radios, incluso
algunos enviados de medios extranjeros de países aliados o neutrales… un
cronista de ANSA, un fotógrafo de EFE…
Ya tenemos reservas en el hotel Comodoro Rivadavia, el mayor
de la ciudad, que además tiene casino, así que allí se concentra la entera
prensa en su conjunto. Y llegamos justo para la hora de la cena, ahí nomás
se arman las mesas, ya todos han bebido su aperitivo, todos parecen felices,
animados cuando menos, comemos entre anécdotas de los unos y hazañas de los otros. Los que no somos
derrotados por el alcohol, se arruinarán en el casino.
A medianoche tenemos ómnibus para Gallegos.
24 horas de viaje.
Lo dejamos pasar. Partiremos
mañana.
Allí hay una alegría espantosa.
Foto: Tropas británicas llegan al Estrecho San Carlos. (EFE).
A esa altura de la contienda, ya está muy claro para todos:
desde el Mundial 78 los medios no facturaban tanto. Los medios, y sus
periodistas, pero también algunos militares.
Comodoro es tierra del Ejército, allí un mayor -de apellido Soria, Soriano o Solis, algo así-, se encarga, digamos, de “manejar” a la prensa, y todas las
tardes a las seis nos reúne para una conferencia en la que rigurosamente se nos
informa nada.
Esa tarde, cómo olvidarlo, el entusiasta mayor nos cuenta
sobre la impresionante cantidad de material pornográfico que fue secuestrada el
2 de abril en el cuartel de los Royal Marines en Malvinas. El mayor es un
hombre limitado, pero lleno de patriotismo. Allí nomás nos garantiza la victoria.
-- Porque los ingleses son todos homosexuales -nos explica.
Un muy buen fotógrafo que no voy a nombrar me cuenta que el mayor, además, es uno de sus mejores proveedores. El tráfico de imágenes alcanza su
mediodía. Incluso ya rueda entre colegas un tarifario tácito: fotos de soldados
en las Islas, tanto, fotos de hundimientos, tanto, muertos en combate, tanto, cadáveres en una playa…
Esa noche cenamos en Comodoro, pero ya no dormimos ahí.
Sin opción, partimos.
Cuando vemos el ómnibus que va a llevarnos, advertimos que se
trata más bien de lo que en Buenos Aires llamaríamos un colectivo suburbano.
24 horas ahí.
Enlatados rumbo sur a través de la noche helada del litoral
atlántico en plena guerra.
A priori el viaje parece terrible, pero será irreal.
Foto: Cocina de soldados argentinos en en el frente de Malvinas.
Foto: Cocina de soldados argentinos en en el frente de Malvinas.
0.30. Salimos.
Hacia atrás se desdibuja Comodoro y nos adentramos en el
desierto que de noche es noche y nada más. Ya no vemos el mar. El mar ya no
está.
Las horas pasan y nada más pasa.
No sé por dónde andamos. Intentamos dormir, pero estamos
algo así como perplejos.
Antes del amanecer paramos a desayunar en una especie de
rancho solitario en el corazón del viento. No hay otra cosa en la distancia.
Sólo viento. Me pregunto por esa gente que vive ahí, así, cómo, por qué…
Seguimos. Volvemos al camino.
Afuera, ahora, se sucede el día, pero nada más. Un cielo
gris impide siquiera distinguir las horas como si también el Tiempo fuera de
otro lugar. El paisaje se repite sin errores, llano, seco, yermo, hay algo de
eterno en su vacío.
Inmóviles en un mundo que rueda, avanzamos, claro, pero no
parece.
Dormimos y despertamos y volvemos a dormirnos hasta que en algún momento paramos para almorzar en un lugar que parece otra vez el mismo
lugar… ¿Andamos en círculos?
Y de nuevo el camino, el día sin horas, la Patagonia infinita, su magnífica nada.
Y no vemos más la guerra. No vemos soldados, movimientos de tropas, aviones que pasan... Atravesamos cada tanto un caserío sin nombre que así como aparece desaparece, pero la guerra ya no se ve. Costeamos el Atlántico sur, la guerra está ahí, alrededor y sobre nosotros, digo nada más que ya no la vemos. Sin embargo podemos sentirla, escondida, agazapada. Esperando.
Y no vemos más la guerra. No vemos soldados, movimientos de tropas, aviones que pasan... Atravesamos cada tanto un caserío sin nombre que así como aparece desaparece, pero la guerra ya no se ve. Costeamos el Atlántico sur, la guerra está ahí, alrededor y sobre nosotros, digo nada más que ya no la vemos. Sin embargo podemos sentirla, escondida, agazapada. Esperando.
Caleta Olivia, Puerto San Julián, ciudades y pueblos que cruzamos sin ver o soñamos sin cruzar a través de una extraña dimensión que tampoco es la vigilia.
De a ratos
dormimos. O nos desmayamos. Tanto da. Morir también. Tal vez ya morimos
y la muerte es apenas esto: un viaje interminable a través de la nada hacia lo nunca.
Más que cansados, estamos envejecidos.
Más que cansados, estamos envejecidos.
Todavía puedo recordar esa molicie con todos los huesos, cuando de pronto emerge desde el fondo de la noche una ciudad oculta,
calles sin luces, casas sin ventanas, autos a ciegas, hombres a tientas. Río
Gallegos.
Es la medianoche del 20 al 21.
Allí está el mar otra vez.
Y al otro lado, en las Islas, sobre el Estrecho San Carlos, sobre las mismas aguas y bajo
la misma noche, el 2º Batallón de Paracaidistas y el 40 de Comandos de Royal Marines,
comienzan el desembarco.
Foto: Lanchas de desembarco británicas alcanzan las playas de San Carlos.
Foto: Lanchas de desembarco británicas alcanzan las playas de San Carlos.
* * *
No hay comentarios:
Publicar un comentario